domingo, 1 de enero de 2012

A desalambrar

Hay, incuestionablemente, un componente cultural fuerte y claro. La mesa fue diseñada con 3 patas, pero sólo le andan 2. Al Poder Ejecutivo no le interesa ejecutar, tanto como al Legislativo no le interesa relegislar o controlar. El sistema electoral requiere modificaciones a los gritos, cambios que nada tienen que ver con el emplaste que logró su único objetivo: obstaculizar el ascenso de la izquierda. Pero me estoy yendo de tema; ya volveremos. Agrego nomás que no es el sistema bipartidista el caduco, sino el tripartidista.

La pata renga es, efectivamente, el Poder Judicial. Como el seudómbudsman, está malherido desde el vamos. La cabeza del PJ (no, no es el peronismo) es designada por el Legislativo. ¡Volvé, Montesquieu! ¿Qué afiebrado bulbo raquídeo concibió tal desvarío?¿Cuotificación partidaria en la Suprema Corte de Justicia, a plena luz del día? ¿Are we kidding?

Pero eso también es otra historia, pequeño Adam. El atavismo cultural que me ocupa no es el grosero pisoteo a los fundamentos teóricos de la democracia moderna, ésa que vive y lucha con sus dos siglos largos de actividad ininterrumpida. No, no, cofrades. El verdadero escollo es el descreimiento general en el ámbito judicial, tomando el término en una acepción amplia que incluye, las más de las veces, pasos administrativos previos. Aún con una innegable cultura democrática, Uruguay no parece creer que el cobro y el uso de la recaudación fiscal y cuasifiscal están también sujetos a la Constitución y la Ley. Los políticos, íconos (aún si despreciados) de una nación carente de figuras o modelos extra fútbol, se encargan de dejar en claro que esa vía no existe. Lo hacen por conveniencia, por ignorancia, por incompetencia, por lo que sea, pero trasmiten explícita e implícitamente que la composición y descomposición de la recaudación y el gasto del aparato estatal es su competencia exclusiva. Incluso (y fundamentalmente) cuando ellos mismos señalan sus propias aberraciones (la desagradable autorreferencia es por motivos estrictamente enfáticos, pagando el debido precio estético). Los trapos se lavan en casa. Se tiran sus piedritas entre pares, con el estruendo de la tribuna, y aquí no ha pasado nada. No crean que olvido la aprendida calistenia de las manifestaciones, las huelgas de brazos caídos y estómagos vacíos, las carpas, los campamentos, las ocupaciones, los desfiles de caballos, zorras, tractores y detractores. Lejos de contradecirme, esto confirma la afirmación: estamos absolutamente convencidos de que sólo accedemos a un pequeño trozo del pastel del ruido en los medios. Buscamos la llave en el zaguán del vecino; ahí hay más luz.

Constitucionalmente hablando

Tomen sus Constituciones, hermanos, por favor. Abranlas ahora en la Sección II. Librito verde, de lomo cuadrado (plano, mejor), bastante más amplia y hermosa que el boletín ensamblado en dos grampas ferruginosas que estudiamos en aquellos lejanos y cómodos días...

Según el libro de cabecera, que, por una vez, desplazamos de la mesita de luz, tenemos derechos. Nosotros, los no políticos, los no funcionarios (huy, perdón), los establecidos, los de cuarta, los ciudadanos de a pie, podemos, según dice, reclamar más cosas que el voto.

Empiezan confiriéndonos el honor, el trabajo (que, sepanlón, está espeshialmente protegido por la ley, y debe ser distribuido imparshial y equitativamente) y la propiedad. Te digo una cosa: con cualquiera de ésos yo ya reclamaría. 1: están pisoteando mi honor con el despilfarro. 2: ¿cuántos son los que quieren trabajar de portero por milky verdolaga? ¿50.000? ¿100.000? Nos da para una banquita en el Senado, mirá vos.  3: lo que me sacan en impuestos injustificados (pido encarecidamente se me informe de la eventual existencia de algún país, en el globo o aledaños, que tenga un IVA igual o mayor que .23) es, indubitablemente, mi propiedad, mi contante y sonante propiedad.

Después, como los cerdos de Orwell, nos hacen saber que somos iguales que todos. Ante la ley, dice. A pesar de que la Carta confiere a la Asamblea General la potestad de interpretarla, oh barbaridad, me voy a permitir interpretaciones, a riesgo de ir en cana por inconstitucional, delitos de lesa nación. Creo que sería injusto, amén de absurdo, no darle un sentido laxo a la palabra ley. Ley: el conjunto de lo que nos rige. Así, ser iguales ante la ley es serlo ante el Estado, esa persona multipersonal, esa Santísima Infinidad que no existe como tal, que necesita de alguna de sus mascaritas para ser. Ese Nosotros que definimos por convención, para poder vivir sin matarnos, es la quintaesencia de la Ley, digo yo.

Entonces, cabasheros, estamos, qué duda cabe, ante una flagrante, continuada y polifacética violación del Texto Magno.
Cacho, vos que trabajás en la contru por cuatro quinientos, jugadazo y muerto de frío en el andamio, no sos para nada igual ante el Estado que el mostro que empalma $ 18.000 por abrir la puerta y llevar papeles y café. Tiene que usar uniforme, ta bien, pero es la única a su favor. Decime la verdad: por $ 13.000 más y la abolición del frío y el riesgo, ¿no te pondrías un conjuntito azul?
Tito, enfermero en el hospital de Melo, me confirmó que se vendría a la capital, sin dudarlo, para ganar 5 veces lo que gana por no trabajar en el Palacio.

Y no se andan con chiquitas a la hora de darnos las debidas garantías. Todo órgano del Estado tiene que respondernos por el daño que nos cause. Y todo ciudadano (ergo también los de cuarta) puede pedir lo que quiera ante cualquiera de las mil caras del ogro filantrópico. Redondito: el BROU, la UTE, el Palacio, que nos devuelvan la platita de todos esos años de exceso de sueldos que hemos pagado sin chistar.

Me permito un pequeño meandro para destacar un par de perlitas de la inconstitucionalidad institucional nacional. Vean ustedes qué sabrosa candidez.

Sin cortapisas ni matices, no señor. Capítulo XX, artículo YY.En ningún caso las cárceles pueden mortificar a los presos. Permitime que me sor-ría. ¿No es inconducente? Esto hace inevitable la inconstitucionalidad. Los presos están siempre mortificados, hermano. Más allá de esa pequeña gracia, lo que sí aparece como rotundamente inaceptable (en los términos de la glorificada Carta) es la sobrepoblación de los institutos de reclusión, moneda corriente, sabido es.

Igual apreciación corresponde a la categórica e ilimitada obligación del Estado de proveer para bobos, locos y lisiados,| Capítulo ZZ, versículo JJ. Regocíjense conmigo, cofrades: ¿qué creen que pasaría si Don Orione y Aldeas Infantiles cerraran sus puertas, como hicieron, en su momento, el Tupí Nambá, ONDA y el Sorocabana?