Por Alasdair Macleod
La prensa se
ha ocupado extensamente de la manipulación de la tasa LIBOR, sin explicar mucho
las consecuencias para los precios de todas aquellas cosas que dependen de la
oferta y demanda de crédito bancario. La indignación se enfoca en las
actividades de los avaros banqueros, por eso nunca se llega a establecer la
conexión entre manipulaciones relativamente menores del precio del crédito, por
parte de los bancos, y las mucho mayores manipulaciones hechas por los bancos
centrales.
Es esto
último lo que realmente debería preocuparnos. Los bancos centrales intervienen
sostenidamente en los mercados, para mantener las tasas de interés por debajo
de los niveles a los que de otra forma estarían. Esto lleva a precios
artificialmente altos de todos los activos, ya que éstos son apuntalados por el
crédito barato. La idea de que vivimos en una economía capitalista, en la que
los activos cuestan según su valor productivo, es falsa.
Estamos muy
alejados del mercado libre, o de precios que sean acordados libremente por las
partes, sin intervención estatal. Hoy resulta imposible, para cualquier
empresa, basarse en los precios que establece el mercado; ésta es la razón del
crecimiento explosivo de los instrumentos financieros derivados. Cada derivado
existe para compensar el riesgo de alguna transacción. Aún si muchas de esas
transacciones son también derivadas, en última instancia todas existen para
mitigar el riesgo de alguna actividad empresarial real. Cierto grado de cobertura
es razonable en situación de mercado, como ser el granjero que vende su cosecha
por adelantado para maximizar el precio, o la mina que vende su producto por
adelantado sabiendo que contará con el
mineral. Pero la mayoría de estos instrumentos derivados existen sólo para
cubrir incertidumbres económicas que surgen de la intervención estatal.
Según el
Banco de Pagos Internacionales, los instrumentos financieros derivados
empleados por agentes no financieros totalizaron, mundialmente, $46 trillones a
fin del año pasado, lo que equivale a 65% del PBI mundial, o al 100% si
excluimos a los gobiernos. Esto evidencia que la actividad empresarial genuina
está siendo asfixiada por la intervención y la manipulación. Por definición, un
empresario es alguien que explota diferencias de precios, no alguien que
procura protegerse de tales diferencias.
Nuestra
condena de la intervención pública debe extenderse más allá de las tasas de
interés, a la moneda misma, emitida por los propios gobiernos. No hay certeza
alguna en el valor futuro de las monedas, y esto hace imposible el cálculo de
márgenes empresariales. Un ejemplo obvio de esta situación son las
incertidumbres actuales con respecto al euro. Nadie sabe quién se queda y quién
se va de la zona euro este año, o si el euro subirá o bajará de valor, o
siquiera si existirá. Las incertidumbres provocadas por la intervención estatal
son perniciosas para la economía.
De esta
forma, todos los precios dejan de ser establecidos por compradores y
vendedores, para ser determinados por la manipulación de gobiernos y bancos
centrales. El que fracasa no es el sistema capitalista, sino la alteración general,
oficial y tramposa de los precios.
Los
gobiernos persistirán en su intento de convencernos de que la culpa es del
mercado y no suya. Lo han estado haciendo, en mayor o menor medida, por cien
años, desde el abandono del patrón oro.
Estamos viviendo la última vuelta de este engaño.
Nos
enfrentamos, hoy, al problema del cálculo económico que identificara von Mises.
Resultó en el colapso de la Unión Soviética, y ahora nosotros hemos caído en la
misma trampa.