Luego de un
silencio de días, Itamaratí sorprendió al mundo con una saludable condena a la
violencia de estado en Venezuela. Sin la firma pero con el sello característico
de su presidenta, Brasil, el indiscutible líder latinoamericano, dejó bien
claros los límites, en un comunicado frío, escueto, impersonal, pero
contundente.
La movida
asombra sí, por los antecedentes regionales de cerrar filas con criterio
ideológico. Parece que primó la otra coincidencia, esta vez. Vilma, al igual
que un número significativo de sus colegas presidentes, es de extracción
guerrillera, y como tal conoce la cara de la represión oficial. En sus tiempos
se jugó la vida combatiendo represores. Sufrió cárcel, vio morir a sus
compañeros. Se identifica con los estudiantes desarmados que salen a la calle,
no con los mercenarios que disparan a la multitud.
Al reafirmar
los límites de lo que puede hacer un gobierno, afín o no, aliado o no, el país
norteño y su primer mandataria dieron la tónica que faltaba, y América Latina
desplegó su lista de condenas, casi unánime. Con las cantadas excepciones de Bolivia y Ecuador, sus acérrimos aliados bolivarianos, el continente se permitió repudiar actos de
violencia oficial que parecían erradicados del sur de América. Una vez abierta
la puerta, claro, la confianza aumenta. Las declaraciones de condena son más
personales, más emotivas. “Parecía que los tiempos de represión violenta en el
continente habían quedado atrás”. “Inadmisible que los progresistas actúen como
los fascistas”. “Son los dictadores de derecha, los militares usurpadores, los
que matan estudiantes en las calles”.
Especial
destaque merece el emotivo pronunciamiento de la AEU (Asociación de Estudiantes
Universitarios). “Nuestro más enfático rechazo a la agresión a los estudiantes
venezolanos. Con profundo dolor y asombro vemos otra vez sangre estudiantil en
las calles. Por la memoria de nuestros compañeros muertos, al gobierno
venezolano le gritamos que las manifestaciones pacíficas no se reprimen con
balas. Fuera Maduro”.