-Yo soy el más terraja, y resulta que soy el único que baila. Inevitable, che. La ley del embudo.
-No te equivoques, pará. Sos megalómano hasta para tirarte abajo. Ni sos el más boludo, ni bailás con la más linda.
-Ni lo pretendo. Soy un hombre de trabajo.
-¿Qué dice?-, mirando a Eguía.
- Dice que no pagó la orquesta. Herencia de antiguos concubinos.
-¡Encima brisco!
-Soy el único que baila. A ustedes les sobran condiciones, pero tienen que cuidarse. No toman, porque les crece la panza. No bailan, porque no toman, y porque mañana temprano tienen partido en la liga. Y ahí entro yo, corriendo de atrás, juntacadáveres. Me acerco tímido a la hija del patrón (quien, además de rica, está buenísima), y le pido la pieza, escarbándome uña con uña y mirando al piso.
-¡Llegó el hombre de la casa, Pepitaaaa!
-Exacto. Pero cuando la calzo con mis enérgicos dedos en su cadera y mi audaz muslo en su entrepierna, y le explico la cosmogonía respirándole en la oreja, decide decirle al padre que yo soy un fenómeno, que me haga jefe de todos ustedes. Al otro día estoy mandándolos, haciendo sonar los dedos.
-¿Y nosotros, mientras?
-Ustedes, mientras, comen saladitos. Sentados en plena luz, con las corbatas en su lugar y los trajes de USD 1000 . Señorialmente fríos y distantes, convencidos de que la majuga en pleno suspira por ustedes. Y suspiran, nomás. Como para no. 3.14 tiene un manejo del castellano que ni Borges. Eguía tiene un torbellino de ideas que ni Joyce. Y con eso no estoy diciendo que uno y otro no tengan conceptos y dominio de la lengua, respectivamente. ¡Las minetas que habrás hecho, Eguía!
-Y vos tenés las dos.
-¡No! Yo lo único que tengo, creo, es huevos. Empujo y empujo hasta que el bandoneón se digna escupir una nota.
-Te lo digo siempre-, dice Eguía. –Para músico, servís.
-Tu agresiva teoría está más que perimida, querido. Era tan perecedera, tan caduca que le bastó un fin de semana a la intemperie para fenecer. ¡Leé un poco! ¡Desasnate! ¿Sabés que tienen de común Bryce y Bucowski, además de la be? ¿Miller y Cortázar? ¿Svevo y Joyce?
-Svevo y Joyce sí sé, pero me imagino que no es lo que estás buscando.
-Thoreau también, me olvidaba.
-Sos una máquina de escupir nombres, papá.
-Y no los leí, a mucha honra.