¿Me dan
cinco minutos de su tiempo? Mejor diez. Denme diez minutos de su tiempo, sin
interrupciones. En cuanto me pase de los diez minutos, me pueden interrumpir,
insultar, o ridiculizar. Antes de eso, no me interrumpan, por favor.
Es muy
gratificante y esperanzador ver que, en este grupo, haya mayoría de
veinteañeros. Como tengo dos veces y media su edad, no resisto la tentación de hacerles una recomendación, un consejo que ojalá alguien me hubiera dado a mí, a
los veinte. Antes que leer a Mises, lean a Kiyosaki. Antes que pelear por la
libertad, peleen por su independencia económica y financiera. No busquen ser
universitarios; busquen ser ricos. Estudien, claro que sí. Pero no a tiempo
completo. Hagan lo que dice Kiyoski. Lo antes posible, tengan ingresos. Esos
ingresos, no los gasten todos. Separen una parte. Yo qué sé, un diez por
ciento, o un veinte por ciento. Unos cuantos cientos de dólares, por poner una
referencia. Tengan lo que suele llamarse
capacidad de ahorro. A esas dos
cosas, que ya son difíciles, se suma una tercera: hagan que esos ahorros
produzcan. Que su objetivo sea independizarse de su trabajo. Apunten a poder
vivir de lo que sus ahorros producen. Si uno es rico es libre. O, lo que es lo
mismo, emplea su tiempo como quiere. Y tiene recursos para tratar de realizar
sus sueños. Si yo fuera rico, tal vez ahora sería diputado. Me encantaría ser
rico para ser como Doug Casey, o como Peter Schiff. Les paso una primicia:
Peter Schiff se tira a senador. El padre sigue preso, por negarse a pagar
impuestos. “Pague los impuestos”. “No”. “Lo meto preso”. “Métame preso”. El
Thoreau del siglo veinte, el viejo Schiff.
Dicho esto,
espero que muchos abandonen la causa y se pasen a la de Kiyosaki. Para los que
se queden, veinteañeros y de los otros, tengo alguna sugerencia más. Si, a
pesar de haber sido iluminados con la profunda sabiduría del japonés, persisten
en su empeño de defender la libertad, mi consideración al respecto es que vamos
a tener que hacer definiciones. No se puede estar con dios y con el diablo, en
la misa y en la procesión. No se puede ser gordo y flaco, alto y bajo, rico y
pobre, aburrido y agraciado. O se es una, o se es la otra. Bueno, esto se aplica
también para los amantes y defensores de la libertad. No es posible regirse a
la vez por Mises y por Friedman. No se puede aspirar a la reducción del estado
mientras se vota a estatistas, o sea gente que hace crecer al estado, y que no
lo disimula. No se puede defender la libertad de los humanos y apoyar a los que
hacen la guerra unilateralmente, y sistemáticamente.
Ojo, no
estoy diciendo que sea fácil definirse. A mí me costó tres años de mi vida,
todos mis ahorros, mi carrera profesional, buena parte de mi prestigio y mi
autoestima. Tuve que pasar por todo eso para darme cuenta de que con dejar de
votarlos bastaba para recuperar la coherencia, para volver a estar de acuerdo
conmigo. En cierto momento vi que la opción por la libertad no existía, y empecé
a despotricar sobre lo mala y cobarde que era la sociedad, que no me brindaba
la opción electoral que yo necesitaba. Y me llevó muy poquito, desde ahí,
considerar que yo también era un miembro de esa sociedad, adulto, tan
responsable como cualquiera, y que por tanto la crítica era, en primer lugar,
para mí. Y di todos los pasos necesarios, y puse la opción en el mapa electoral,
con el apoyo de unos cuantos hombres y mujeres, de quienes alguno hasta nos
acompaña hoy, también. Fue bueno. Aprendí, hice. No me quejo. Pero no lo
volvería a hacer. Fue un desperdicio de energía y recursos. Fundamentalmente, mi energía y mis recursos. ¿Qué paso? Sacamos mil quinientos votos. Hay quienes
dicen que pudimos haber sacado cinco mil. Fue Connie el que me lo señaló, en su
momento. El Herrerismo tuvo unos cuantos miles de votos más de lo que le daban
las encuestas, y de ellos tres o cuatro mil pueden adjudicarse a los tibios de la
época. A gente que compartía la idea, pero a último momento se arrepintió, y
volvió al alero del partido.
Es difícil
darle la espalda al pasado estatista. Hay que renunciar a todos los mitos,
machacados en nuestros cerebros desde la más tierna infancia, con martillo
neumático, en la leche materna, en los libros de la escuela, el liceo y la
universidad. Yo fundé un partido, fui candidato a la presidencia de la
república (me siento ridículo de solo decirlo), perdí todos mis ahorros, muchos
amigos, y tres años de mi vida. Y lo único que necesitaba era convencerme de
que tenía que empezar a negarle mi voto a todo candidato estatista.
Esa es la
definición que les pido. Ese es el ejercicio que les planteo. Cada uno hace lo
que quiere, defiende la causa que le dé la gana. Pero definamos bien esa causa.
Tomémonos el trabajo de analizar bien nuestras inclinaciones, para luego poder
defender nuestra causa sin ambages. Si lo que quieren es que no gane el Frente
Amplio: ¿qué hacen acá? Vayan a trabajar con Hernán, con Analía, o con Pedro.
Tengo mis contactos, me tengo bastante fe para hacerles un buen dentre con
alguno de esos candidatos.
Yo entré en
este grupo convencido de que había encontrado el núcleo duro que estaba
buscando. Convencido de que éste sí es el grupo que yo quiero integrar, para
trabajar contra el estado. Y me llevo la bofetada de que la línea dominante
termina siendo votantes de estatistas – admiradores de Milton.
Cada uno
hace lo que quiere. Yo, lo que quiero, es integrar un grupo que cumpla estos
tres requisitos básicos. Este elemental común denominador. La gente con la que
yo quiero trabajar por la libertad tiene que compartir sin reservas estos tres
puntos: 1) No votar estatistas, 2) Repudiar al que hace la guerra, sea quien
sea, 3) Rechazar la moneda falsa, como la gran herramienta de sumisión del estado.
Ese es el
punto de partida. Tan sólo pasar a ser neutro. Solamente dejar de apoyarlos,
dejar de ser parte del problema. Son poquitos requisitos. A partir de ahí,
empieza el trabajo. Empieza la contribución a la causa. La búsqueda conjunta de
la solución.