En Uruguay (Montevideo y aledaños) la comidilla del momento
son los dichos privados del presidente Mujica sobre la dinastía Kirchner, a micrófono abierto. Por esta semana, y tal vez la que viene, sólo se hablará de
esto en la apacible comarca del sur. Me sumo esta vez a la corriente
monotemática y chismográfica. Creo que permite cazar algún concepto. Creo que
viene al caso, diría el inefable Calabró.
Tanto el presidente uruguayo como la presidenta
argentina integran la presente fauna progresista latinoamericana. Mujica, en
tanto hombre del popularísimo Frente Amplio, parece suscribir la línea
Brasil-Lula. Menos rimbombante, más callado, Brasil es a todas luces el patrón de
la cuadra. Lo es, lo fue, y lo será. Venezuela es el chiquito desafiante. Cuanto
más chiquito, más bocón.
CFK, por su parte, no es un aeropuerto, sino la
segunda regente de la dinastía Kirchner. A desgano, se encolumna con el pintoresco
movimiento bolivariano. Sin perder su megalomanía nacionalista, participa del
eje de Chávez, el que murió, el que pretendía suceder a Fidel Castro como
caudillo de las huestes anti-imperio. El que sedujo a la América Latina
presente con sus abundantes petrodólares y sus quilométricos discursos.
Kristina y el Gordo tienen perfiles personales
opuestos. El posa de ordinario, ella de diva. Ella visita al papa disfrazada de
princesa viuda, él vive en una chacra sucia, desvencijada y chiquita. El se
baña poco, ella es asidua de Pitanguy, y amante del bótox.
Esto no resultó un obstáculo para una clara alianza
política rioplatense, mutuamente beneficiosa. CFK trataba al Gordo como a un
hermanito simpático. Si bien es lo habitual entre argentinos y uruguayos,
contrastaba con la fricción constante entre NK (alias el Tuerto) y el anterior
presidente cisplatino. Tabaré, el indio de ojos azules, ídolo indiscutido de
multitudes en la Banda Oriental del río Uruguay, nunca le hizo reverencias al
Tuerto, y lo pagó carísimo. El Tuerto cerró los puentes sobre el Río de los
Pájaros Pintados, y los ingresos uruguayos por turismo se vieron diezmados.
Nuestro orgulloso mestizo no cedió. Llegó incluso a pedir apoyo militar a USSA, al imperio de sus amigos los Bush. Al menos eso dijo en otra de las tres gaffes presidenciales de los últimos años, soltada al viento justo en tiempos de elecciones argentinas. Pocos
días antes el cursi indígena había anunciado su apoyo a un partido argentino nuevo,
homónimo al glorioso FA, y asesorado por el asesor del FA. Oh casualidad.
Mujica, un político hábil, reconoció la
superioridad de los hermanos argentinos. Cambió la estrategia radicalmente. No
tuvo empacho en besar la mano de la Vieja, y consiguió lo impensable: los
piquetes finalmente abandonaron las cabeceras de los puentes en Concordia y
Gualeguaychú. Sin guerra ni nada. Los comerciantes del este eternamente
agradecidos, el índice PBI recompuesto. Pero, claro, la movida no fue gratis.
A cambio de recuperar el flujo turístico a las playas de Maldonado y Rocha, el
imaginario colectivo uruguayo pasó a identificar a Mujica con los Kirchner. La
postura anti-K quedó solita para Tabaré, el de la mirada clara y las plumas. Y
aquí es donde entra la praxeología.
Según Mises, los humanos actuamos a propósito.
Podremos equivocarnos, pero contamos con un aparato racional que empleamos para
dirigir nuestras acciones de modo de obtener nuestros fines. En un análisis
praxeológico, uno deja de atribuir los actos humanos a la idiotez, y trata de
relacionarlos con objetivos específicos. Para el caso, debemos preguntarnos por qué
Mujica haría tal cosa. Qué podría obtener el Gordo tratando a la Vieja de vieja, el mayor insulto concebible para una persona con complejo de actriz de
telenovela, princesa moderna europea, y Dorian Gray.
La interpretación general es sencilla: Mujica es
idiota. Se equivocó. Tal vez esté senil, tal vez había tomado vino con el
almuerzo. Es un hombre viejo, ensoberbecido y cansado, y además boca abierta:
habló de más, y justo había un micrófono abierto. Riámonos de la metida de pata
del presidente por una semana o dos, y pasemos al siguiente chisme.
Rothbard, asiduo practicante de la praxeología, nos
recomienda que nos detengamos un momento. El Gordo conversaba con un político
opositor. Su contertulio le advirtió, con pelos y señales, sobre la posibilidad
de que ese micrófono grandote que tenía adelante pudiera estar oyéndolo. Antes de
propinar sus insultos al difunto rey y a la presente princesa, el presidente
indicó, sin ambages, que no temía que se oyera lo que estaba por decir. Todos
indicios de que sabía lo que hacía.
Del otro lado: ¿qué ganaba el Gordo revolcando al
Tuerto y a su viuda por el fango? Se acercan las elecciones. Mujica tiene por
delante una interna difícil. Su identificación con la dinastía K lo estorba.
Busca una oportunidad para poner distancia. No puede llamar a una rueda de prensa y declararse anti-K.
Con estos comentarios, el Gordo nos aclaró a todos
que a él tampoco le caen los Kirchner, en lo más mínimo.
A la luz del método praxeológico, Mujica hablaba para Uruguay. Fue un acto de campaña electoral. Tal vez pierda su alianza con CFK, pero nada es eterno, igual. Igual, se acerca el momento en que la Vieja vuele en helicóptero hacia algún refugio, desde la Casa Rosada. Ya agotó todos los recursos, sólo resta esperar el desanlace a la argentina. Como dicen los del marketing, Mujica se reposicionó. Las consecuencias allende el Plata son, como máximo, un efecto secundario menor.