sábado, 31 de diciembre de 2011

Civiles a nuestro servicio

Si alguien dudaba aún, al consultar el librito verde la bruma se disipará totalmente. La casta de los efe tiene, enteritos, los 8 artículos que van del MM al HH de la sección Derechos, deberes y garantías de nuestra Carta Magna, dedicados pura y exclusivamente a ellos, y sólo a ellos.

Con la gravedad propia del constituyente, con ese aire digno, doctoral y aristócrata, nos zampan la brillantemente obvia aseveración: la función no existe para el funcionario, no no. Es él o ella (funcionaria) que existe para ella (función), según consta a fojas del numeral RR del Capítulo WW.

Amén de las imperiosas disculpas por el doble uso de la palabrita innombrablemente antiestética, anticastellano y antisocial, debo apuntar las baterías a definiciones. La función: ¿qué es, la función? (hasta en sánguche te lo digo). No existe para el que la desempeña, sí sí, y las ruedas no son cuadradas. ¿Para qué existe? Además de perogrúyico, el tema es infantil. Parece que te estuvieran exponiendo las bases de la suprema verdad, y lo que están haciendo es poner 7 vocablos en fila, con el único efecto de gastar papel, pupilas, neuronas y paciencia.
Y esto, porque no quiero pensar que parten de la base de que la creencia general es que la función sí se crea y existe para el que la ocupa. Y entonces, silbando, con las manos en los bolsillos, espetan: “Miren, che, que la función no es para el efe, ¿eh?”. Rotunda petición de principios, tamaño sofisma conteniendo en sí mismo su anulación. No veas un elefante verde.
Un aspecto que se presenta con cierta regularidad al analizar el resultado del comportamiento humano es la intención. Este parrafeo (él mío) no pretende incluir un análisis teleológico. Me permito decir, nomás, que creo en la bonhomía de los responsables del Texto y sus gafes. Creo, sin certezas, que antes, como ahora, no carecían ni carecen, en general, del afán de favorecer al ciudadano inexistente. Lo que sí les falta es autocrítica.

Si considerabas inevitable poner el tema en la Conti, Doctor, debiste haber hablado de la función. Haberla definido, tal vez. Digo yo, e insisto, porque parecen creer que las funciones no existen para cumplir un cometido necesario para la comunidad al menor costo posible, sino para permitir un mayor o menor ingreso mensual para alguien que tiene o tuvo alguna vinculación con alguien que tiene o tuvo algún vínculo con el poder público. Justo, justito lo que, según la Conti, no hay que hacer. No es que estemos un poquito corridos del eje de la norma. Es que estamos frontalmente contrapuestos a la norma.

Claro que hay excepciones. Muchísimas. La mitad de los casos son excepciones, tal vez. Esos no son efes. Esos son empleados. Esos no son privilegiados, sino víctimas. Esos no son los que se agarran fuerte, sino los que deberían estar clamando, con nosotros, por sus derechos. De manera sistemática, moderna, efectiva. Esos son de cuarta. Esos son nosotros. Esos son contribuyentes.

Después de aclarar que la función no existe para el efe, sino todo lo contrario, el (o la) constituyente se despacha con un par de páginas abundando sobre la inamovilidad de los efe. Término que, claro, no define, y que, según la Real Academia y la más rampante lógica, termina significando “que no se puede mover”. En contraposición encuentran otra palabrita: amovilidad, simplemente pelándole parte del prefijo negativo. ¿Por qué, ilustrísimos, pisoteáis así el castellano?
De inamovilidad vamos a permanencia, de ahí a carrera, de carrera a ascenso y antigüedad. Todos ellos derechos constitucionales. Sin dejar de exponer constitucionalmente los altamente redundantes derechos al descanso, a la licencia, y a enfermarse y por eso faltar al trabajo.
¿Y el resto de los ciudadanos que trabajan? ¿No tienen esos derechos? Y, si los tienen:¿por qué, entonces, no les dedicaron unas paginitas de la Carta a ellos también? A ellos, que son los que pagan...

Para los contra como yo, si rascamos bien encontramos una tímida, tibia, ruborizada referencia a las obligaciones funcionales, a las sanciones por incumplimiento (¡barbaridad!), al traslado (¡cáspita!). El desliz es casi inmediatamente corregido recalcando que no se pueden meter con nadie, en realidad, porque si no les encajamos flor de recurso administrativo, según te explico a fondo en la sección 17.

De ese bloque, el dedicado en exclusividad a los efe, surgen 2 elementos, 2 creaciones de la Carta en torno a ellos. El Servicio Civil, para asegurar  una administración eficiente, y el Estatuto del Funcionario, bajo el leit motif de “el efe para la función, y no al revés”. Y otra vez nos damos contra la vigorosa ingenuidad de los padres de la patria. El Servicio Civil no puede asegurar una administración eficiente. Nada puede hacerlo, a decir verdad. Podrá, eventualmente y con grandes dificultades, contribuir a mejorar la eficiencia del ogro, o, mejor aún, a disminuir mínimamente su ineficiencia. ¿Se puede ser así de naïf? ¿Se puede confundir así una norma con un deseo?
Amén de esto, la ley que cumple los designios de la Carta, creando la Oficina Nacional del Servicio Civil y repitiendo el jocoso cometido que Ella le asigna, le confiere en general funciones de asesoramiento y contralor. A la hora de los bifes, sin embargo, sus atribuciones resultan ser solamente de asesoramiento (esto incluye generación y mantenimiento de información), no vaya a ser que a algún trasnochado se le ocurra ponerse a controlar. Puede también emitir opinión con respecto al cumplimiento de las normas relativas al Servicio Civil, siempre y cuando se lo pida alguna repartición del estado, claro está. Los particulares no le pueden pedir nada, en principio. Pero, como sí puede emitir opinión por su cuenta (digamos que se lo pide a sí misma, en su calidad de entidad pública), podría dignarse y opinar, si se lo pidiéramos, amparándonos en nuestro derecho constitucional de petición.
Parece que el legislador se distrajo y nos dejó otra rendijita. Entre las atribuciones de la ONSC (en puridad, de la comisión que la rige), muy al final, incluye el ser oída en temas de servicio civil, a petición del Tribunal de lo Contencioso Administrativo. O sea que si logramos comunicarnos con el TCA, podremos entrar en contacto con la ONSC, y hacerla propinar su opinión autorizada y fundada.

Mis humildes posibilidades de investigación me llevan a creer que el Estatuto del funcionario data de 194ypico. Ni siquiera es una ley. Es un decreto-ley firmado por un tirano de nombre Baldomir y un ministro de instrucción de nombre Cyro, con y (griega).

viernes, 23 de diciembre de 2011

Quinientas razones

Lo que digo no debe tomarse en forma tajante. Son meras elucubraciones, con el fin de aportar al discurso, y movilizar. Por otra parte, no hay otra cosa que hacer con respecto a estos temas. Todo lo que uno vierta será sólo una opinión. Y, si nos ponemos filosóficos, eso pasa mucho más a menudo de lo que uno corrientemente cree. Aún las afirmaciones científicas se tornan meros enfoques al pasar el tiempo, que pasa a un ritmo cada vez mayor.

El Decreto 500 puede verse como el proyecto estrella, o insignia, de aquel legendario PRONADE, de mítica, hipertiroidea, sempiterna dirección.  Parece haber sido escrito sólo para los ojos de ciertos empleados del Estado. Así, cuando cae en manos indebidas, suena a burla.

En sus prolegómenos, vemos que su razón de ser es la desburocratización. Neologistas, encima. Eso. Eliminar trámites y formulismos en la Administración. Simplificar el funcionamiento administrativo. No contentos con tan rimbombante, grandilocuente objetivo, van mucho más lejos. A vuelta de página afirman positivamente que él, el Decreto 500, agilita (sic) y da flexibilidad al procedimiento, evita trámites y exigencias, ordena, da claridad, elimina caducos controles. Cualquiera que lo lee, se imagina que están hablando de algún otro Estado, en algún otro país. Y, además de la mentira, el autobombo. Me recuerda a los publicistas, que se dicen a sí mismos creativos.
- Vos: ¿qué sos?
- Creativo, ¿y vos?
- Buen mozo, simpático y ganador.

¡Muchacho! Tus bondades, las tiene que cantar otro. Si las cantás vos, queda feo. Digo yo, ¿no?

Y no queda ahí, todavía. Dentro de una larga lista de principios generales, que son casos particulares del servir a los intereses de la comunidad en su conjunto, incluye estas 3 palabras: economía, celeridad y eficacia. ¿Por qué estas afrentas? ¿No les alcanza con escupir en el ojo del ciudadano? ¿Tienen, además, que gritarle en la oreja que lo que están haciendo es, en realidad, ungirlo con aceite y mirra?

La realidad se da de frente contra esta necia acumulación de palabras oficiales. Basta con dar un paseíto por la IMM, o la DGI. A pagar, nomás. A hacer efectivo el depósito por tasa bromatológica, o sacar el ofensivo, mil veces injustificado certificado de al día con impositiva, cuyo inventado costo social estimo en unos milloncitos USD mes. Te pisan, te destratan, abusan de tu paciencia y tu tiempo, y eso a la vez que te están arrancando con violencia una suculenta parte de lo que ganás con esfuerzo, para malgastarla, en su gran mayoría.


Además de hablar para adentro, mirar para abajo, y generar empleos parapúblicos que repartir, este cabashero debió salir un rato de su luminosa oficina, y transportar su humanidad entre los escritorios de las bigotudas. Luego de familiarizarse con el sufrimiento del contribuyente, habría sido mucho más discreto con las loas a su engendro.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Dos paradojas

Que no se me malinterprete. Estoy por la reducción del gasto público. Incondicionalmente. Pero es claro que el Estado debe existir*. Tiene funciones inalienables. Y, curiosamente, muchas veces son ésas las que desempeña de peor grado. Me parece fantástico que me cobren para pagar policías, maestras, enfermeros y actuarias. No sólo acepto, sino que exijo que se les remunere adecuadamente, para poder, así, exigirles a cara de perro.

Apenas aprobado el presupuesto quinquenal, los sindicatos de los empleados públicos postergados deberían abocarse a su estudio, para identificar el despilfarro. Es algo bastante visible, se sabe, pero debe cuantificarse. Hecha la cuantificación, deben presentarse ante la jerarquía superior, la que resuelve sobre el presupuesto.

Los gremios de empleados del MI, del CODICEN, del MSP y del PJ deberían actuar en conjunto, y con un plan de medio plazo. Deberían intentar incidir en el próximo presupuesto nacional, y no en éste. Deberían refregar el absurdo reinante en la cara de la Presidencia y del Poder Legislativo, de modo de que el próximo presupuesto quinquenal los contemple. Va a ser otro Presidente, y otra Asamblea General, qué duda cabe. Pero el agujero en la piedra va a estar muy avanzado.

Porque, además, el trabajo no se limita a la negociación. La organización de nuestra sociedad permite que se exija. Identificados los excesos, habrá que atacarlos con mecanismos legales. Recursos administrativos contra los sueldos excesivos, los cargos innecesarios, las duplicaciones. Reclamaciones en el TCA, y en el PJ. Todo eso durante 4 años, preparándonos para el próximo presupuesto.

Para esto, los empleados públicos deben olvidarse de las consignas. Ellos y sus dirigentes deben apuntar a sus intereses específicos como grupo. Y un punto delicado: deben ser capaces de ir en contra de otros trabajadores. Deben aceptar que son esos trabajadores los que les sacan el dinero del bolsillo. Hay 250.000 tipos y tipas compitiendo por una plata que debería repartirse entre 100.000 . That is the question.

Y, ¡oh paradoja!, los empleados públicos hoy soterrados deben luchar por que el Estado reduzca su gasto. Primero que haya, y después que me lo den. Pueden estar seguros de que en cuanto haya, tendrán. No porque nadie (alguien) se lo prometa, sino porque la lógica será apabullante. Y tampoco deben pretender un salto estrepitoso de sus remuneraciones, cambiando de lugar con los hoy privilegiados. Deben llegar a una remuneración razonable en el transcurso del siguiente período de gobierno. Por decir algo: duplicar su remuneración promedio en 5 años.

Sí, sí, claro que está brava. Hay que laburar mucho, y esperar 10 años para ver los posibles resultados. La vida es dura. Me parece, igualmente, que es mucho mejor que el inconducente desgaste de las últimas décadas.


* De ninguna manera. Esto es de 2002. Estamos en 2012, y cambié de opinión. Diez años, me llevó. No soy de los más rápidos, pero tengo un cerebro y lo uso.

Sin abogado nada

Lamento no ser abogado. Más lamento, debo reconocer, no ser matemático, ni músico, ni tenista, pero eso poco tiene que ver acá. Y mi aspiración de tinterillo no se debe a que añore su muy particular cosmología, ni su estilo. Lo que tienen los abogados y no tenemos nosotros es la facultad de querellar. Los no abogados podemos ser mayores de edad, ciudadanos naturales, capaces, probadamente inteligentes, cultos y educados, pero no podemos llevar a cabo acciones legales por nuestra cuenta.

Otra discriminación, mirá vos. No podemos prescindir del abogado, y tampoco del voto.
Una graciosa manera de transformar derechos en deberes, caballos en camellos.
Tratando de mirar un poquito más adentro, como tantas veces aparece aquel viejo paternalismo pretencioso y moralizante. Ese Estado que procura sustituirnos por nuestro bien. Esa tendencia a la protección no solicitada, que surgió porque alguna vez fuimos ricos. Esa es nuestra cruz, parece. Haber sido ricos. Más habría valido no tener aquel flujo indiscriminado de divisas que tanto nos desnorteó. No es tan raro, el síndrome. Quién no sabe de alguien que recibió una pequeña herencia, puso con ella un negocio, le dieron una chequera con diferidos y, cual mono con navaja, se enterró por el resto de la cosecha. Llevándose unos cuantos de arrastro.

Tampoco seamos hipercríticos. Nadie niega que tiene sentido la participación preceptiva del abogado defensor (deberían, igualmente, darle a uno la chance de defenderse a sí mismo, si así lo decide). Pero exigir un abogado actor, parece más un obstáculo que una garantía. Fijate vos. Mi voluntad está. Con aliados o sin ellos, estoy plenamente convencido de iniciar una batalla legal en defensa de mis derechos por los impuestos que pago. Pero no alcanza con eso. Tengo que conseguir la anuencia de algún abogado. No sólo tengo que pagarle, sino que tiene que estar de acuerdo. La empresa que propongo tiene riesgos. Si bien formalmente el que los corre es el abajo firmante, el profesional actuante expone su prestigio, su nombre, sus vínculos. Hablo con uno, y me dice que no. Hablo con otro, y se niega. Contacto a otra, y me trata de delirante, con una sonrisita de perdonavidas. Visito la “Defensoría de Oficio”.

Pruebo, luego existo

Lo que es evidente para todos, no lo es para un juez. En la justicia se trata de probar, no de decir la verdad. Si podés probar una mentira, ganás; si no podés probar una verdad, perdés. Hasta ahora hemos hablado de verdades a gritos. Hemos abundado sobre situaciones que son conocidas y aceptadas por todos, y que aparecieron en la prensa sin ser desmentidas, y en la boca del Presidente de todos, reiteradamente, y en las páginas www de Presidencia. Partimos de la base de que eso no es suficiente para el señor juez, y que es correcto y comprensible que no lo sea. Nosotros vamos a probar estos extremos ante esa sede.

Otro aspecto particular del ambiente judicial (en sentido amplio) es que no corren los asuntos generales. Para lograr el poderosísimo apoyo del señor juez  tenemos que hablar de algo concreto. No podemos pedir que el juez ordene un cambio de actitud a los que manejan nuestros dineros públicos. Podemos, sí, pedir y conseguir que el señor magistrado confirme y haga efectiva la ilegalidad (inconstitucionalidad incluida) de un cargo, y que consecuentemente ordene su supresión, con el correspondiente ahorro para nosotros los de cuarta.

Vino una vez una señora anglófona que cantó unas cuantas verdades. En el marco de las canciones de la señora de la antípodas otra señora, también economista, propuso en la prensa la supresión de los cargos públicos detentados por una persona en exceso de 1. Léase: si un ciudadano tiene 2 cargos públicos, 1 se suprime. Si tiene 3, 2 se suprimen. Y así. Esto: ¿es general, o es concreto? ¿Podré pedírselo al juez? ¿Me escuchará?

Con esto quiero señalar que no es claro el límite entre lo concreto y lo que no lo es. Debemos esforzarnos por concretar, para hacerle las cosas más fáciles al magistrado, o la magistrada. Pero no debemos olvidar la vía amplia.

2 caminos, entonces. Que no son excluyentes, además. El general, y el particular.

martes, 20 de diciembre de 2011

ACTOR DE OFICIO

La prensa mencionó varias ramas de actividad con representación en la planilla del PJ, y sin la más remota utilidad para la institución, y por ende para la ciudadanía, que paga, pagó y pagará. Me voy a la redacción del diario, pregunto por el informante. Me apersono en el PJ, voy a la oficina de personal, y consigo el dato añorado. Digamos que este señor es geólogo, y que se llama Feliciano L’Avantage (léanlo labontáy, con la y griega sonando como en Yapeyú). Cobra $45.000 todos los meses de Dios. Y, claro, no labura. ¿Qué va a hacer, pobre cristiano? ¿Analizar los 160 tipos de granito una y otra vez, hasta agotar estoc? Se queda en la casa como Dios manda, y pasa a cobrar todos los 29, salvo en el mes de febrero.
Resulta que soy un tipo simpático, convincente, y logro enterarme de que el Feli fue designado por Resolución No. 2564/86 de la Comisión Administradora de la Cámara Baja, del 2 de octubre de 1986.
Estoy bastante en el asunto, sabés, y entonces sé que tengo que agotar la vía administrativa antes de ir a tirarle del saco al titular de la sede. Lo dice la Conti, lo dice el decreto 500. Amparado en mis múltiples derechos, voy a recurrir. Pero, ¡ay qué dolor!, se me vienen los escollos encima.
Yo tengo derechos a rolete. Tengo ganas. Tengo huevos. Tengo argumentos, mayoría de edad, y no soy incapaz. Sin embargo, no puedo hablarle con mis manos al Estado. Necesito un intermediario, como el que exige Dios para oír nuestros pecados. Uno de sotana, otro de toga.
Salgo disparado, entonces, a buscar al boga. Y empieza la peregrinación. Al tercer NO paso a tener conciencia de mi osadía. Me estoy metiendo en la boca del lobo. Tanto, que ninguno de estos médicos de los derechos atiende su juramento hipocrático y acepta encargarse de mi ciudadanía enferma. Me sonríen, perdonavidas. No tienen tiempo. No tienen experiencia. No tienen perspectivas de ganar. No tienen huevos. Y no tienen por qué: es mi batalla, mi delirio. Ellos no van a firmar, pero ni siquiera su prestigio o su dirección quieren poner en juego. Tendría que tener una fortuna para comprarme un patrocinador. Y después tendría que enseñarle lo que tiene que hacer, porque el que ha estudiado el asunto obsesiva, compulsivamente, soy yo, digo es yo. Y no soy ninguna luminaria, pero tampoco soy tarado.
Cansado, me acerco al juzgado. “Defensor de Oficio”, reza sobre la puerta, bajo el óvalo con el número de UTE del apartamento.
- No, no, señor mío. Usted no leyó bien. Lo que usted está buscando es un actor de oficio. Y de eso, no hay. Tenga usted muy buenas tardes -, terminó, porque era de tarde. Tenía un ojo desviado, manchas de café en el buzo de lana tejido, escote en ve, barro o estiércol bajo las uñas, y aliento de estreñido. Pero igualmente me destrató.
No me sobra la guita, pero no soy indigente. Al menos, no tanto. Me pago un avisito en el gallito: “Abogado/a altruista/o se busca, para tarea humanitaria peligrosa”. Y aparece. Sí, aparece. Un ángel canoso, con las alas por adentro del sobretodo Harry’s Tweed.

Vive en una cabañita con techo de chapa al norte del Polo. Sin tele ni teléfono. Con una torta de libros y una salamandra. Y un PC aún en DOS. No me va a cobrar, porque no puede cobrar: es jubilado. También es aventurero, y tenista. No como pago sino porque quiero, le voy a dejar en préstamo el ciclomotor. Y el movipobre, también, así puedo llamarlo. Si es que, claro, acepta patrocinarme. Después de hablar de política, Spinoza, Plotino, Kant, Julio Sosa, Satie, Chet Baker, Lelouche, Tarantino, Tahl, Sampras y Chevantón, y de política, le dejo los papeles, para que se entere. “Dormí bien, Tomás. No, no, el motorino quedateló. Yo me voy caminando, así me despejo de las grapas”.
- Mirá, botija...
- Tengo más de 40.
- Mirá, botija, además de reaccionario...
- Estás mamado.
- Estoy recién levantado, y no tomé ni agua. Además de reaccionario, sos un atrevido. Bah, 2 cafés me tomé, botija, pero ésos no maman a nadie. Tenés un profundo mareo en el mate y en el alma. Tenés delirios de grandeza. Tenés la urgencia de ser original, y de trascender. Te ves forzado a hacer algo importante, aún si por eso vas en cana, o te consideran idiota, o te quedás en la calle. No podés evitar tirarte a remar contra corriente. No tenés paz, y querés divertirte. ¿Por qué, decime vos, no intentás otra cosa? ¿Por qué no investigás problemas no resueltos de matemática? ¿Por qué no te dedicás a la genética? ¿Por qué no te afianzas en el piano, mejor, botija?
- Porque es tarde, ya sabés. ¿Me vas a acompañar, entonces, Tomás?
- Te va a costar... El usufructo de un motorino, el de un celular de tarjeta, y los timbres.
- Y unas cuantas palizas que te voy a dar en las canchitas de enfrente al Polo, o en las del Parque Rodó.
- Pobre de vos...
- Y unos asados. Pero sin grapa, a partir de ahora.
- Pero, botija, el laburo lo vas a poner vos. Yo pongo la firma, y converso.

Personal, legítimo, e intransferible

Digamos, entonces, que el primer obstáculo está salvado. Tenemos abogado. Jubilado él, de nombre Tomás. Tomás “Pipo” Battaglieri, por más señas. Ahora: el Pipo va a firmar, nomás, y a entretenerse un poco especulando a dúo alguna noche que otra. El laburo lo tiene que hacer un servidor; las decisiones las tiene que tomar otro servidor. Que siempre es Papucho, Kung Fu, el suscrito, quien les habla. Aventurero audaz. Jinete de papel cuadriculado.

Toca ahora analizar el recurso. Es decir: ¿corresponde? Por toda esa constelación de derechos que vimos, y que no voy a repetir, todo ciudadano de este bendito país puede protestar por cualquier cosa ante cualquier repartición de cualquier órgano del Estado. En principio. Parece ser que tiene que haber una decisión formal u oficial del Estado,  ante la cual uno opone un recurso administrativo. Uno, bah. Quiero decir el abogado de uno. Además, el acto administrativo que el patrocinado del abogado recurre tiene que afectarlo. El recurrente tiene que ser titular de un interés legítimo o un derecho subjetivo.

Haciendo un bien intencionado esfuerzo por buscarle una lógica y una presentación en castellano, todo este galimatías se reduce a que sólo aquellos que son afectados general o particularmente por una decisión formal del Ogro pueden tratar de dejarla sin efecto. Esa es mi interpretación subjetiva, y tiene lógica. Muy a grandes rasgos, lo de interés legítimo parece referirse a la lesión de derechos personales, particulares, y el derecho subjetivo se corresponde con un interés general, o social, por así decirlo, distinguidos cólegas.

Volviendo a nuestro caso. Aún si, como parece y parece que es cuasi universalmente aceptado, el asunto es sólo entre el Feli y el Ogro, no hay duda de que nosotros los de cuarta tendríamos los 2 derechos o intereses, o el derecho y el interés, si gustan. Lo que resulta curioso, pues el legislador habla de uno u otro, con un o que, en lo que me es personal, juraría que es excluyente. Nuestro bolsillo está siendo aspirado, mis amigos. Y con él el de la totalidad de nuestros compatriotas. Por más que digan que el Estado designa al señor L´Avantage, y el señor L´Avantage acepta, el que paga soy yo, y por ende tengo que ver en el asunto. Mucho que ver.

Otro elemento que juega un rol preponderante es el plazo. Con su prosaica amplitud y ecuanimidad, la legislación otorga un extenso plazo de 10 días desde la publicación (o notificación al interesado) de la decisión formal correspondiente. Pasados los 10 días, cagaste. En lo que nos atañe, poco importa, porque tengo entendido que las designaciones no se publican, y en ese caso no hay plazo que valga.

Y que quede bien claro que no estoy pidiendo ni resarcimiento ni indemnización. No quiero nada directo, tangible, primario, para mí. No quiero perjudicar al Feli, tampoco. Ni siquiera quiero que devuelva nada (o más bien, o mejor, algo). Simplemente quiero un punto final a esa particular expresión del absurdo abuso reinante. A partir del día tal, queda sin efecto la resolución tal, y el señor tal deja de cobrar la guita tal por no hacer el trabajo tal. Nada más. Ni culpables, ni más víctimas que el pobre Feli, que, sabemos, se ha acostumbrado a su privilegio. Tanto, que ha dejado de percibirlo como tal. Y va a salir él, cómo no, con su pancarta, su carpa, su SERPAJ, a que le devuelvan sus legítimos $ 45.000 YA.

¡Ah! También quiero que el cargo no vuelva a llenarse. Ya sé que eso es lo que significa “quedar sin efecto”. Lo recalco simplemente, por las dudas.

Claro está que el Pipo Battaglieri tendrá que traducir esto a la jerigonza debida, y deberá, luego, firmar y estampar su número identificatorio. Esta cartita presenta la idea, nomás.

Y bueno, pueden pasar 3 cosas. Que acepten el pedido, que lo rechacen expresamente, o que no se pronuncien, rechazándolo así implícitamente. La tercera es la de esperar. Esa denegación tácita nos habilita a presentarnos ante el juez. ¡Sí, señores! ¡Llegamos! Agotamos, aunque no lo crean, la vía administrativa, y el señor Juez de lo Contencioso Administrativo nos oirá. Es gracioso, ya sé, que agotado lo administrativo vayamos a ver al magistrado que entiende en lo administrativo. Si nos ponemos así de puristas no llegamos nunca, che.

Allí presentaremos nuestra demanda, el Tribunal resolverá, y triunfaremos o nos joderemos. Todo en un plazo de 2 añitos, mes más, mes menos.

EL PODEROSO BENEFICIO SECUNDARIO

Aún si perdemos (me consta que la probabilidad de que eso suceda es harto elevada), habremos ganado.

Fíjense, ilustrísimos, que nuestro blanco no era el pobre Feli. Feli es un nimio ejemplo, una hoja en el bosque, una gota en el mar. Pudo haber sido, en su lugar, un ventrudo portero hiperremunerado, o una maestra de guardería pagada como si fueran 10. Lo que nos interesa es el símbolo, y ése lo da la acción emprendida, y no su resultado. Lo que buscamos es generar una conciencia, un movimiento.

Y (¡cómo son las cosas!) caemos en los medios, nosotros también. Pero esta vez no es golpear un tanque de querosén vacío. Esta vez no buscamos el ruido por el ruido. Esta vez, mish amigosh, buscamos una base societaria amplia y poderosa para Condes.

Sí, sí. Estas páginas pueden leerse como un simple panfleto publicitario, cuyo público objetivo es la amplia masa de contribuyentes. Eso incluye, además de la mayoría de los ciudadanos, todas las asociaciones empresariales, y algunas agrupaciones laborales. Otro gallo cantaría si el recurso y el escrito fueran firmadas por una larga lista de socios de Condes, que incluyera sociedades de productores rurales, de exportadores, de industriales, de comerciantes minoristas, y también de policías, de empleados de los servicios de salud del Estado, de empleados de la justicia, de maestros. Tan distinto cantaría el gallo, que tal vez la batalla no se daría sólo en los juzgados, ya. Con esa base se alcanzaría, por fuerza, apoyo parlamentario. Y eso sería la gran caja de resonancia.

¿Ven? ¿No les parece, ahora, que un período de gobierno es suficiente para reducir a la mitad el número de empleados del Estado? ¿No les parece tiempo suficiente para reducir unos puntitos la tasa de IVA? ¿No les parece posible, ahora, mejorar sustancialmente lo que ganan los maestros, los policías, el personal de la justicia y el de la salud pública?